Por: Keliane M. Jiménez Guerrero
Luego de cinco meses de espera, llegó el día tan esperado por mis amigas y yo. Era 13 de abril a las 5:00 de la tarde cuando comenzó nuestra travesía. Todas nos encontrábamos ansiosas y llenas de nervios, pues no era para menos, era nuestro primer viaje juntas, donde la única mayor de edad era yo. Nuestro punto de encuentro fue la casa de nuestra amiga Nayeliz, de donde salimos todas juntas a las 6:05 p.m. hacia el aeropuerto. Fue un camino largo, pero lleno de muchas emociones, donde cantamos y reímos en todo momento. Mientras caía la noche ante nuestros ojos.
Felices las cuatro jíbaras emperifolladas, comienzan a abordar el avión, el 14 de abril a eso de las 12:53 a.m. Los nervios nuevamente se apoderaron de mí, pasaban muchas cosas por mi mente, pues era mi primera vez visitando la ciudad que nunca duerme, Nueva York. Uno de mis mayores miedos era el idioma: ya que el inglés y yo nunca hemos tenido una buena relación. Además de que el día antes de salir hacia nuestro destino, sucedió un tiroteo en uno de los metros de la ciudad, lo que causó gran tensión en mí.
Comenzamos a despegar, mientras más pasaba el tiempo, más nos alejamos de nuestra isla. El silencio y la oscuridad nos arropaba a todos. Miraba hacia mi alrededor y la realidad es que todos dormían, pero mi desespero mezclado con emoción no me permitía pegar un ojo. Me movía de lado a lado intentando buscar el sueño, pero aquellos asientos rígidos como una tabla no me lo permitían. Pasé todo el vuelo con los ojos cerrados, pero con mi mente alerta. No veía la hora de llegar a nuestro destino.
Luego de tres horas y media de vuelo, pude decir: “llegamos”. Salimos del avión y nos encontramos con un enorme aeropuerto, donde por gracia, estas jíbaras puertorriqueñas no se perdieron. Salimos hacia fuera y aún no veíamos la luz del sol. Nuestra amiga Zaydinette, comenzó desde una aplicación a buscar un “lyft” que nos llevará hacia el hotel donde nos estuvimos quedando esos cinco días. Mientras nos encontrábamos a la espera de la persona que vendría a recogernos, hablábamos sobre el frío que sentíamos en ese momento, aunque estábamos bien abrigadas.
A lo lejos vemos un vehículo con las mismas indicaciones que nos aparecían en la aplicación. Comenzamos a hacer señas y el conductor se detuvo, colocamos nuestro equipaje en su baúl y salimos hacia el hotel. En el transcurso del camino, los ojos se me comenzaron a cerrar: estaba muy cansada, la realidad es que llevaba muchas horas sin dormir. A las 6:11 a.m. mientras salía el sol, comenzamos a ver ese paraíso. Taxis amarillos por todos lados, el sonido excesivo de las bocinas de los autos, calles llenas de personas a la espera de su turno para poder cruzar las avenidas, rascacielos enormes, hoteles, restaurantes y tiendas en cada esquina. ¡Llegaron las jíbaras a Time Square!, pensé.
Nos estacionamos frente al hotel Sheraton New York Time Square, donde nos bajamos pensando que solo dejaríamos nuestro equipaje, porque nuestro “check in” era a las 2:30 p.m. Aunque teníamos la esperanza y el deseo de que nos entregaran la habitación antes. Para nuestra sorpresa, a las 6:32 a.m. nos encontrábamos abriendo la puerta del cuarto en el que nos quedamos esos días. Estábamos felices: nuestro deseo de entrar se había cumplido. Dormimos solo dos horas, ya a las 8:35 estábamos de pie, nos arreglamos un poco y salimos a recorrer la ciudad.
Era nuestro primer día y como buenas jíbaras, no parábamos de sonreír y de sorprendernos con Nueva York. Me sentía tan pequeña entre tantos edificios enormes a mi alrededor, y pensaba en lo diferente que es mi isla. Buscamos un lugar donde desayunar, pero todo estaba repleto de personas. Caminamos largos tramos, hasta que encontramos un restaurante que se llama “Junior’s” donde pudimos saciar el hambre.
Salimos de comer y era imposible caminar sin tropezar con otras personas, las calles nunca estaban vacías: lo comparaba siempre con un hormiguero cuando lo alborotas. Me sentía extraña rodeada entre tantas personas, no había un momento donde no fueran hacia nosotras a ofrecernos “tours”. Lo más raro para mi eran los diferentes idiomas en que nos ofrecían los “tours”, no entendía nada: mi cara de confusión lo decía todo. Me costó enfrentarme al choque de culturas, estaba impresionada.
El calor se comenzaba a sentir y nosotras aun con ropa de frío, no veíamos la hora de llegar al hotel a cambiarnos. Comenzamos a entrar a diferentes tiendas como, por ejemplo, Forever 21 y Sephora, donde le comento a mis amigas que “son el doble de grandes que las de Puerto Rico”.
Me sentía en otro universo, no paraba de tomarme fotos en cada esquina: me sentía más jíbara que nunca. Aunque de primera impresión no era todo como lo pintaban. Nueva York aparte del lujo y el glamour que nos presentan en cada serie y película, es una ciudad sucia, violenta y poco hospitalaria. Para llegar de un lado a otro tuvimos que caminar largos tramos y el mal olor a comida era inexplicable. Estuvimos aproximadamente cuatro horas descubriendo la ciudad: ya mis pies no daban para más.
Llegamos al hotel, donde nos comenzamos a preparar para ir a un juego de los Yankees, en el Bronx. Tenía mucho miedo, era la más nerviosa de las cuatro, pues siempre me han mencionado que el Bronx es un lugar peligroso. Llega el «lyft» a recogernos frente al hotel, para llevarnos al estadio. Hubo silencio en todo el camino, donde en ciertas partes me quedé dormida. «Llegamos justo a tiempo«, pensamos todas, pues las filas no estaban muy llenas. Faltando 20 minutos para entrar, comienza a llover, todas nos preocupamos por algo diferente: una por el pelo, otra por los tenis, otra por enfermarnos, etc. No fue hasta que dos de nuestras amigas compraron unos ponchos que pudimos escondernos un poco de la lluvia, aunque aun así ya parecimos pollitos mojados.
El área donde nos tocó sentarnos en el estadio, para nuestra mala suerte, no tenía techo, por lo que estuvimos dos horas en el baño esperando a que cesara la lluvia, para que comenzara el juego. Estábamos desesperadas, por un momento pensamos en irnos y olvidarnos del partido. Cuando terminó de llover salimos hacia afuera, y nos topamos con el gran frío que estaba haciendo. Nosotras estábamos sin abrigos, a lo que nuestra amiga Karina responde: “nos confiamos de que hacía calor en la mañana”
El frío y la ropa mojada no fue la mejor combinación, ante las circunstancias decidimos estar solo unas horas e irnos nuevamente hacia el hotel. Aunque tenemos que admitir que el tiempo que estuvimos la pasamos demasiado bien, comimos, gritamos y gozamos en todo momento. Solo pensaba, «que bien nos estas tratando Nueva York«.
Estábamos sorprendidas de lo bien que la estábamos pasando en nuestro primer día. No habíamos cometido ningún error y mucho menos habíamos pasado ningún susto. Salimos del parque a eso de las 10:00 p.m. y esperamos a que llegara el lyft para que nos recogiera. Las calles estaban cerradas por policías, por lo que tuvimos que caminar solas hacia donde el «lyft» se había estacionado. Nos comenzamos a poner nerviosas, porque ya era muy tarde. Dentro de la tensión que sentíamos mientras caminábamos, nos miramos todas a los ojos, y comenzamos a correr por toda la calle buscando el vehículo que nos recogería, hasta que lo encontramos.
Entramos al carro, y solo se escuchaba nuestra respiración agitada, pero solo sentíamos un alivio enorme de haberlo encontrado. En un tono de confusión el chofer en inglés nos pregunta que si somos “Christopher” ya que esa era la persona que estaba esperando. Mis amigas me traducen lo que estaba sucediendo y con nervios nos bajamos del carro. Seguimos corriendo en busca de la persona que nos esperaba, hasta que un poco más adelante se encontraba estacionado. No podíamos creer lo que nos había sucedido, nos equivocamos de lyft.
Todo el camino hacia el hotel fue puras risas, recordando ese gracioso, pero nervioso momento. Pasamos el susto de nuestras vidas, pero al final lo tomamos en forma de broma, esa fue una anécdota más para contar, pensamos. Llegamos al hotel, nos bañamos y todas nos fuimos a dormir. Aunque la realidad es que solo por mi mente pasaba: “Nueva York no es una ciudad, es un mundo”.