Ironía de un viaje

Me subo a un avión a plena luz del día junto a mis viejos. El vuelo, lleno de boricuas, se dirigía al estado que llamamos “Puerto Rico parte dos”. Nada más lindo que ver a mi Puerto Rico volverse diminuto mientras nos elevamos a lo más alto. Miro alrededor y veo personas cabizbajas durmiendo, otros pensativos y la gran mayoría con algún aparato electrónico viendo una serie o película descargada. Tres horas pasaron apróximadamente y llego a mi destino, aunque no mi destino final.

Cuando aterrizamos eran las 6:45 p.m. El siguiente avión despegaba a las 6:49 p.m. Estábamos retrasados. Saco mi bulto debajo del asiento y caminamos a paso ligero en dirección al próximo gate. Por suerte, la nuestra se encontraba justo enfrente. Una mujer de unos veinti tantos con unas trenzas largas nos dice en el idioma inglés que ya estábamos tarde para abordar. Mi corazón se detuvo. Siguiente a eso, otro empleado latino de mi edad aproximadamente, nos dice en español que es broma y que entremos. ¡Vaya broma!, pensé.

Subimos a la nave, ahora sí rumbo a nuestro destino final. A diferencia del avión anterior, ya no veo muchos boricuas. Nuevamente, los pasajeros están durmiendo, pensando, o conectados a algún dispositivo. Dos horas pasan y aterrizamos en Maryland.

Procedo a llamar a mi hermano, quien nos recogerá. Al salir del aeropuerto, pensé que moriría de hipotermia. Sentí cada célula de mi cuerpo congelarse. La temperatura estaba en 15 grados Fahrenheit. Me pasa por no haberme comprado un coat aquí en Puerto Rico, pensé. Mis padres proceden a abrazarme para crear una manta de calor sobre mi, ya que ellos sí estaban abrigados. Rápido veo el Scion rojo de mi hermano aproximarse.

Me levanto a las nueve de la mañana. Abro las cortinas y veo nieve. Primera vez en mis 21 años que veo semejante blancura. Salí a tocarla y admito que me decepcionó un poco. Las películas me vendieron la nieve como suavecita. Ya me había visto mentalmente tirándole bolas de nieve a mi familia o realizando ángeles de nieve. Para mi sorpresa, solo es un gran bloque de hielo, nada de tierno ni delicado.

Mi destino ese día era asistir al juego de los Philadelphia 76ers versus Los Angeles Lakers (especialmente ver al dios Lebron). Es la única razón por la que realicé este viaje. La cancha de los 76ers queda a dos horas y media del apartamento de mi hermano. A pesar de que el juego era de noche, madrugamos para antes comer los famosos philly steak sandwiches de Philadelphia. Googleamos un poco y muchos opinaron que el mejor lugar que los preparan es en un local que queda a 10 minutos del Wells Fargo Center, lugar donde será el partido. El camino fue un poco largo para una boricua que está acostumbrada a tener todo cerca.

El GPS nos indica que llegamos. El lugar no es lo que esperaba. Era un sitio estilo food truck con una ventanilla. Las únicas mesas para comer eran unas plásticas al aire libre. El frío ese día era peor que el día anterior, ya que Philadelphia suele ser más frío que Maryland. Había una fila de unas seis personas, todas abrigadas. Las mesas plásticas estaban vacías a excepción de una donde que se encontraba un caballero asiático de unos treinta y tantos años, sin ningún abrigo, comiendo como si nada. No sé como lo hace, pensé.

Optamos por no comer allí, ya que el frío nos quemaría la piel. Al lado había un restaurante, Boston Market. Se encontraba vacío y decidimos entrar. Nos atendió una empleada muy amable de más de 60 años. Me sorprendío, ya que aquí en Puerto Rico discriminan mucho a la hora de brindar empleo a personas de la tercera edad. Tenemos que tomar ejemplo.

Terminamos de comer y al lado había un Target. Al entrar, habían muchas cajas registradoras scan & go como se suelen ver en Walmart, pero estaba muy vacío para mi gusto y había poca variedad de productos. Salimos con unas “chucherías” para el vuelo de camino a Puerto Rico y nos encaminamos al juego.

LeBron James, baloncelista.

Diez minutos después llegamos al parking de Wells Fargo Center. Reviso mi celular para leer el titular de una noticia realmente devastadora: “Lebron James no jugará esta noche”, leía. El único motivo por el que me monté en un avión con destino a Maryland era para verlo en persona. Basta decir que un gran silencio arropó los siguientes minutos. No lo podía creer. Lebron llevaba más de cinco meses sin haber faltado a un solo partido. ¿Tenía que pasar ahora? Casi nueve años esperando para este momento y cuando finalmente tengo la oportunidad, ocurre esto. Muchos pensamientos como este pasaron por mi mente. A pesar de la decepción, en mis planes siempre estuvo asistir a diferentes juegos de NBA, y hoy lo estoy realizando. Al menos veré a Embiid, Davis, Westbrook, entre otros jugadores.

Nos bajamos y la fila no era muy larga: avanzaron bastante. Una vez adentro, la cancha estaba repleta. Personas tirándose fotos en cada esquina. Supuse que algunos podían ser turistas igual que yo. De camino a mis asientos, escucho a un hombre gritarle “Bebo” a su amigo. Fue bueno identificar a un boricua. Nos sentamos y el juego justo acababa de comenzar. Los Lakers no tuvieron una buena participación. No me sorprendió, y más aún si no estaba la figura de King James presente. Aún así, como fanatica del baloncesto, fue una experiencia gratificante. Al salir me sentía muy cansada. Las dos horas y media de regreso al apartamento las sentí incluso más largas debido al sueño. Llegamos a eso de las dos de la mañana. Fue un buen día.

Me levanté junto a mi familia a eso de las nueve de la mañana. Desayunamos en un Cracker Barrel, un lugar country, lleno de cosas de vaqueros. No es como cualquier otro restaurante que acostumbro a frecuentar. Cuando entras, lo primero que aparece es una tienda tipo gift shop y al final, hay una puerta por la cual entras al restaurante. La mesera llegó y nos preguntó qué íbamos a ordenar. No apuntó absolutamente nada. Comenté entre mi familia que alguna de las ordenes las entregaría mal, pero la que quedó mal fui yo. Trajo todo exactamente cómo lo pedimos y entregó cada plato directamente a la persona que lo pidió. Buena memoria.

Salimos y mi hermano condujo por 10 minutos más. Ya estamos en el aeropuerto. Un día largo me espera, al igual que el día de llegada. Ya montada en el avión, no dejo de pensar en lo mucho que extraño el calor de mi isla y sentir ese sol a plena luz del día. Qué ironía de viaje.

Author: Genesis Declet

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