La octava maravilla

Era una mañana de esas en las que el sol entra levemente por la ventana, para dar aviso de que ya es hora de levantarte. Una de esas en la que abres los ojos, miras a tu alrededor y te pones los zapatos diciendo: Hoy será un gran día. Abro la ventana del cuarto, tengo la vista del volcán Arenal despejado frente a mí. Este será un gran día, me repito. Empacamos nuestro bulto con los artículos de necesidad que habíamos comprado en una tiendita en la esquina de La Fortuna, San José, la capital de la Provincia Alajuela, en Costa Rica. 

Nos dirigimos a desayunar a un pequeño restaurante que se encontraba al lado de nuestro Airbnb. Sería un día largo y hasta un poco cansón, tenemos que comer bien. Era la primera vez allí, y aunque escogí algo común: revoltillo con tostadas y café, este lindo lugar hacía que todo fuera diferente. Tenía un pequeño riachuelo que pasaba a solo unos pies de distancia, ese que mientras fluía tranquilamente por allí creaba una linda melodía para nosotros. Las plantas de bambú rodeaban todo el lugar e inmensos árboles hacían respirar paz y tranquilidad.

Luego de dos horas de camino en buseta (transporte colectivo de tamaño reducido), llegamos al cantón Guatuso, de la Provincia Alajuela. Nos estacionamos junto a las demás busetas y nuestro chofer y guía turístico, nos compró nuestros pases, para así comenzar la expedición de hoy, aunque para mí ya había comenzado mucho antes. Nos dirigimos a la entrada del Parque Nacional Volcán Tenorio. Este parque alberga un bosque lluvioso que protege muchas especies de flora y fauna. Rodeado por el gran bosque, se encuentra la maravilla del Río Celeste, el que tanto deseaba ver, y que ahora solo me encontraba a unas pocas millas de él.

Nos adentramos al bosque y aunque con un poco de temor, ya que desconocíamos los animales, plantas y otros elementos a las que nos podíamos enfrentar, yo sentía esa única emoción de querer ver el agua tan celeste que aparecía en fotos, ver si podía ser real. Íbamos guiados por un pequeño camino en cemento que nos adentraba cada vez más al bosque. Luego de unos 15 minutos, el camino en cemento terminaba y había que seguir unas flechas en madera que dentro ponían las millas de distancia que faltaban para llegar al Río Celeste o al Teñidero, donde el agua cristalina se teñía de ese azul. Pasaron unos largos 35 minutos caminando y al fin habíamos llegado al Río Celeste, o al tope, porque ahora debíamos bajar 250 escalones que nos llevarían a la mejor vista de él.

Río Celeste

Ya con un poco de cansancio en nuestras piernas bajamos y yo no podía creer lo que estaba viendo delante de mis ojos. Jamás había visto algo igual. Era tan hermoso, tan celeste, así como lo dice en su nombre. Muchos árboles rodeaban este hermoso lugar. Una bellísima cascada caía desde unas gigantes rocas, el agua parecía mágica, tan celeste que no podría compararla con otro lugar y solo en sus orillas se notaba lo cristalina que alguna vez fue. Estar allí era un sueño hecho realidad. Sin embargo, ahora venía lo complicado: teníamos que subir los 250 escalones de vuelta. Queríamos ver dónde se teñía el agua de ese color, pero yo no estaba segura si podría llegar.

Escaleras Río Celeste.

Caminamos por otra vereda que nos llevó bosque adentro, está vez más complicada que la anterior. Sentía el cansancio en todo mi cuerpo, mis piernas comenzaban a temblar. Otros 60 escalones nos recibieron sonriendo. Parece que no muchos terminan el trayecto y se regresan antes, yo también lo había pensado.

«Voy a regresar, yo no puedo hacer esto» , me decía a mí misma.

«Ya estamos acá, vamos, tú vas a poder», me contradecía.

Ya casi no nos quedaban fuerzas. Parábamos cada 10 minutos a descansar y a pesar de que físicamente había llegado a mi límite, estaba aquí y este lugar me hacía sentir una fuerza que se apoderó de mí y me permitía continuar. Caminamos unos 40 minutos más y llegamos a los borbollones del volcán Tenorio, un trayecto en el cual se percibía un fuerte olor a huevo podrido causado por el azufre. A pesar del mal olor que provocaba, era tan interesante, poder verlo tan de cerca y escuchar cómo burbujeaba, así como cuando pones el agua en una cazuela a hervir. 

Borbollones

Con los pies adoloridos y las piernas temblorosas, logré caminar unos 20 minutos más. Llegamos al Teñidero, en comparación con el mirador del Río Celeste, aquí no había nadie, solo nos acompañaba la naturaleza. Aquí es donde comienza la magia, ese particular color del Río Celeste que se produce tras juntarse dos efluentes no coloreados: el Río Buenavista y la Quebrada Agria.

Teñidero

Esto era tan impresionante, que no parecía real como dos corrientes se conectaban y podían sacar algo tan bonito sin la necesidad de la mano del hombre ni de nada, simplemente la naturaleza en su esplendor. Una placa colocada por científicos en el lugar explicaba como ocurría el color celeste del río. El sedimento blanco en el fondo del río formaba parte de los minerales de ambas corrientes, mientras que la otra gran parte de ellos se mantienen suspendidos a lo largo del río. Estos minerales se les conocen como aluminosilicatos y dispersan la luz solar, así como ocurre cuando la lluvia forma un arcoíris. Río Celeste es un fenómeno óptico, conocido como dispersión de Mie.

Luego de varios minutos descansando y admirando el hermoso Teñidero, decidimos que ya estábamos listos para regresar. Casi dos horas caminamos de regreso. Aunque ahora ya no era la misma persona que antes. Había encarnado una de las experiencias más bonitas de mi vida a pesar de que me retó y sacó de mí un potencial previo desconocido. No olvidaré conocer y sobre todo salir de aquel paraíso, que ahora se había convertido en uno de mis lugares favoritos, la octava maravilla.

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