Cuando tenga un novio, quiero que sea como “El mudo”. Así le llaman, no por ser mudo, sino todo lo contrario: porque habla hasta por los codos.
Su verdadero nombre es Carlos. Es un hombre de 52 años, no muy alto, de tez trigueña, con pocos pelos en la cabeza y un gran sentido del humor. Los que lo conocen saben que, él no necesita de muchas palabras para expresar sus sentimientos: sus acciones hablan por sí solas. Es un caballero solidario, sencillo, muy humilde, con un duro pasado plagado de altas y bajas.
Al pasar de los años y desde muy temprana edad, pienso en una palabra que define perfectamente a “El mudo” y es: trabajador. No sé si fue la necesidad o si simplemente ya venía en sus genes, pero cuando se trata de doblar el lomo, Carlos ofrece lecciones a muchos.
Cuenta que en su niñez fue un niño un tanto común, con una vida tranquila y feliz, de padres separados, como muchos, pero gozaba de ciertos privilegios. Dentro de su pobreza, su madre, Ana Delia, trabajó sin cesar para poder suplir las necesidades básicas de él y su hermano menor, Jorge. Ocasionalmente visitaban el cine, tenían juguetes y le podían consentir uno que otro “antojo”.
Con la llegada de un padrastro, nació su segundo hermano, Pedro. Este hombre, alto, guapo, mujeriego y un tanto parlanchín provocó que la atmósfera de paz se esfumara e hizo llegar los problemas, la violencia física y el daño psicológico hacia Carlos, su hermano y su madre.
En un intercambio de palabras, comparte que fue a sus trece años cuando su vida cambió por completo. Una noche, su padrastro llegó borracho a la casa y entró hasta el cuarto donde Ana Delia estaba durmiendo. Como de costumbre, se dirigió hacia ella de forma agresiva e imponente. A lo que ella le contestó: “mjm”, y se dio la vuelta en la cama.
Acto seguido, el padrastro tomó un revólver ilegal que cargaba en la cintura y con un solo disparo en la cara, culminó con la vida de la mamá de Carlos, que, por cierto, solo tenía 31 años.
«Yo estaba en el otro cuarto y desde ahí escuché el ruido. Ahí me levanté corriendo al cuarto y me topé con la imagen de mi madre ensangrentada», rememora Carlos, que en aquel entonces tenía trece años.
Ana murió en la ambulancia de camino al hospital.
No me atreví preguntarle qué pensamientos pasaron por su cabeza en ese momento, pero sí sé que desde entonces su vida no ha sido la misma.
El padrastro fue a la cárcel y cumplió con una condena de solo tres meses, ya que un familiar pagó su fianza. Ante todo, Carlos agregó que no guarda ningún tipo de rencor en su corazón.
Carlos de trece años, Jorge de nueve y Pedro de uno fueron recogidos por una tía que les brindó un espacio en su casa, pero él y su hermano Jorge, no se sentían del todo cómodos debido a la indiferencia que había hacia ellos. Unos meses después decidieron irse y después de «correr» de casa en casa, construyeron su propio hogar.
Es claro que ambos tuvieron una adolescencia complicada, ya que vivieron sin modelos positivos a seguir. Su padre biológico hizo su vida aparte y mantenía muy poca comunicación con ellos. Sin embargo, Carlos mencionó orgullosamente que siempre ha vivido una vida apartada de las drogas.
“Nosotros nos pasábamos con todos los muchachos del barrio y teníamos muchos amigos que eran drogadictos, alcohólicos y de todo, pero nosotros nunca probamos droga ni tuvimos ningún vicio”.
También me contó que en su juventud trabajó como lavacarros, ordeñador y carpintero, donde, por cierto, al principio fue víctima de racismo por su jefe que después, quedó encantado con su personalidad y hasta le compraba desayuno.
Hoy día Carlos cuenta con un buen empleo en el Municipio de Hatillo, tiene un hermoso hogar con una familia compuesta por su esposa, dos hijos y dos nietos. Con certeza, puedo decir que es el hombre más fuerte, valiente y trabajador que he conocido. Un excelente esposo, abuelo y, sobre todo: el mejor padre que Dios ha podido regalarme.
Es por esto y más que cuando tenga un novio, quiero que sea como “El mudo”.