Escrito por: Raquel Quiñones (raquel.quinones2@upr.edu)
Todo comenzó como cualquier otro domingo. Eran las 11:37 de la noche cuando el celular vibra y recibo un mensaje de texto diciendo: “Dios te bendiga mi amor, espero que estés bien. Te llamé sin querer, pero mira como son las cosas de Dios, estaba pensando en ti hace tres días y hoy estaba haciendo algo en el celular y se marcó tu número. Te amo”.
Ese fue su último mensaje de texto en mi celular.
Escucho tu voz tan solemne en la casa de abuela. Escucho tus pasos por el pasillo. Abrir la puerta y verte tan sonriente, sintiendo tus suaves manos, brindándome un caluroso abrazo. Sentir tu grata compañía, aunque por tu boca muchas veces no saliera ni una sola palabra.
Tan fuerte como un roble, tuvo a sus seis hijos y los crió estando sola. Madre entregada por su familia, trabajando fuertemente y con sudor en su frente, llevaba el pan de cada día a su hogar.
Como una batería que nunca se descarga. Sale de trabajar para llegar a seguir trabajando.
>>Titi, coge un descanso.
>>Uno descansa en la tumba. Lo decía riendo.
(…)
Tocó a su puerta algo inesperado.
Esa enfermedad, esa bendita enfermedad que muchos odiamos porque nos ha arrebatado seres queridos, incluso si no lo ha hecho, de seguro la odias: cáncer.
Siempre con una sonrisa en su rostro, aunque pasara por momentos difíciles. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, Filipenses 4:13 susurraban sus labios.
Sus ojos resplandecientes despedían consuelo. Su vestidura de guerrera, la distinguía por saber levantarse en la adversidad, aunque todo pareciera un túnel oscuro.
(…)
Es jueves, víspera de Viernes Santo, recibo una llamada de mi papá diciendo: «Ven cuando puedas para ver a tu tía, no se encuentra muy bien, está débil». Es difícil escuchar esas palabras refiriéndose a ella, porque para mí su definición es fortaleza.
Me rehusaba verla en ese estado de debilidad, me rehusaba verla así.
Caminaba por la casa, se sentía frío, la casa tenía un peculiar olor a nostalgia. Entre a su cuarto donde estaba postrada y escuché a lo lejos: “Esa no es ella, esa es su enfermedad”.
Con un beso en la frente como símbolo de despido, mientras salgo por la puerta escucho un peculiar gemir en su labios, quedo sorprendida porque sabía que ella era de pocas palabras pero aún así me quiso decir algo.
En su enfermedad demostró que era como un roble fuerte, aunque su madera estuviese deteriorada, sus raíces cada vez más débiles, luchó cada segundo hasta el final.
Son las 11:37 de la noche. Me quedé sentada leyendo su último mensaje de texto en mi celular.
No es la primera vez que paso por un trago amargo, de perder a un familiar. Todos sabemos que tarde o temprano ese momento llegará, aunque no pensamos que sea tan pronto.
Ella era una persona de tez trigueña, de cabello rizo corto, baja en estatura, pero su enfermedad la transformó. Perdió poco a poco el cabello y mucho peso. Era fuerte, trabajadora, amable, solidaria. Así quiero recordarla.
Ya no la puedo ver, escuchar ni abrazar. No fue fácil su fallecimiento y no habrá nada que lo recompense, pero tener memorias junto a ella, aunque provoquen lágrimas, me hacen feliz.
Sé que estas caminando por ese túnel oscuro, pero eres tú esa luz que alumbra todo el camino.
“Titi, una mujer fuerte y de gran admiración, no has muerto y nunca lo harás, porque no se muere cuando el corazón deja de latir, se muere cuando los recuerdos dejan de existir”.