Una emergencia repentina

Por: Alan Acevedo Negrón I alan.acevedo1@upr.edu

El silencio de la oscura noche se agrieta por la persistente sirena de aquella ambulancia. Vamos a una velocidad acelerada por la Barriada San José. Al llegar al Hospital Manatí Medical Center, nos recibieron unas puertas herméticas, grandes y grises las cuales abrieron para socorrer a Zoraida Mora, mi abuela. Al entrar a la Sala de Urgencias, está se encuentra abarrotada de pacientes con cuadros médicos varios. Dudó si realmente son capaces de atenderla. Todo esto que veo y observo, sucede muy rápido.  

El Dr. Acevedo actuaba de manera apresurada. Sigue un protocolo para estabilizar un aparente caso de derrame cerebral, con el uso de diversas pruebas que sirven para encontrar el diagnóstico existente. Mientras esto ocurría, miró con intranquilidad a todos lados. Siento las miradas penetrantes de otros pacientes y familiares que esperan su turno para ser atendidos. El ambiente se siente extremadamente pesado; el olor no ayuda, huele a humedad. La luz es baja y tenue dentro de la sala. Es triste estar ahí. 

Son las 4:10 a.m. Después de las diversas pruebas, mi abuela comenzó a toser de manera desenfrenada. Una tos seca que retumbaba mi interior. De repente comenzó a vomitar y se está asfixiando. Rápidamente me percaté de ello y llamé al enfermero, indicando que está vomitando una sustancia verde oscura y pegajosa. El Dr. Acevedo regresó al cubículo desesperado porque la máquina que tenía conectada para reflejar los pulsos, indicaba que estaban disminuyendo.

      El galeno llama con insistencia al otro enfermero para succionar las secreciones. Los pulsos no  están aumentando, ni tan siquiera con la nitroglicerina que se le había administrado vía intravenosa. El doctor suponía que se acercaba lo peor. Desesperadamente llama al grupo de médicos para hacerle el procedimiento de intubación. No sabía qu’e estaba ocurriendo, tenía miedo y el doctor camina hacia mí y me expresa: Joven, su abuela no está recibiendo el oxígeno adecuado por esto los pulsos no aumentan, así que, si no quiere que su abuela muera, firme el documento de autorización para realizarle el procedimiento.

Salgo del trance de incertidumbre donde me encontraba y le respondo: Haga lo que tenga que hacer, pero por favor no la deje morir. Llegaron a mí los papeles más ásperos que mis manos han podido tocar. Con todo el nerviosismo y el dolor de mi alma accedí y lo firmé con mis temblorosas manos.

Estoy en un estado de shock ante esta situación. El doctor me enfatizó que ella estaría mejor. Se tomaron de 20 a 30 minutos para realizar dicho procedimiento. Sin embargo, para mí fue toda una eternidad. Mi abuela es muy importante para mí y no podría soportar el golpe duro de que falleciera. 

Luego de eso, todo mi cuerpo comienza a temblar y en mi mente pasan diferentes cuadros de mi vida en donde disfrutaba con ella. Me notifica el enfermero que puedo ir a verla. Al llegar mi corazón se rompió. La estoy viendo con ese tubo y no quiero aceptar que esto está pasando. Comencé a llorar y comencé a orar. Ya son las 6:15 a.m., me encuentro más tranquilo y en vela de su condición.

        Cuando de repente, le entregan al Dr. Acevedo, un documento de alta de un paciente, para que lo firmara. Este fue a revisarlo y le informó a los enfermeros: la vista de este hombre esta ida, está sudando. Rápidamente pide las máquinas de presión, de oxígeno y pulso. Obtiene como resultado, que su pulso está en diez, su presión está baja y su oxigenación está disminuyendo. Le indican a su esposa de manera sorpresiva que lo deben de entubar, porque estaba a punto de morir.

En ese preciso instante, se comienzan a escuchar muchos ruidos. Entre ellos, uno que taladraban para insertar el tubo vía oral. Mientras, el paciente gritaba desgarradoramente y luchaba con los médicos. Piden un sedante para el paciente. No obstante, el mismo no le hace efecto debido al terror y dolor que sentía. Al poco rato los ruidos se detuvieron logrando que los doctores realizaran el procedimiento exitosamente. Este quedó inmóvil en la camilla, mientras decidían qu’e tenían que realizarle.

     A las 6:30 am, sin haber podido dormir en toda la noche entran dos enfermeros a la habitación, para informarme que le realizarán el último estudio, para descartar cualquier otro diagnóstico. Pasadas tres largas horas, regresó el especialista con el Dr. Acevedo, para ver los resultados del estudio que todavía no se le había realizado. Cuando me preguntan si le hicieron el estudio a mi abuela, le indico: Me dijeron como a las seis y media que le iban hacer el estudio, pero no le han hecho nada, ya han pasado tres horas

Este muy malhumorado gritó varias palabras soeces reclamando a los enfermeros que: tenían que haberle hecho eso hace rato. Los enfermeros son los responsables de preparar y llevarla a realizarse este estudio. El equipo se movió apresuradamente a prepararla. A las dos horas el Dr. Acevedo, se dirige a mí con la noticia de que no tenía daño cerebral. 

Jamás olvidaré a este galeno que demostró toda su pasión y vocación por ayudar a salvar las vidas, haciendo la diferencia entre muchos otros. Un verdadero héroe diría yo. Hoy mi abuela logró salir del ambiente inhóspito y regresar a casa.

Alan Acevedo
Author: Alan AcevedoBuenas a todos. Me llamo Alan Acevedo y soy estudiante del Departamento de Comunicación Tele- Radial de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo (UPRA). Mi énfasis son las noticias y periodismo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *