
Moisés Fragela no planeó ser artista. De hecho, su primer sueño estaba a kilómetros de distancia de los caballetes, las pinturas y los bodegones. Él quería ser programador de computadoras. Era un joven curioso, apasionado por la tecnología, y convencido de que ahí estaba su futuro. Pero las matemáticas y él no se llevaban.

Después de un semestre en el limbo, sin saber qué estudiar, sus padres le insistieron que regresara a Puerto Rico. Allá, en un intento por reencontrarse, una conversación casual lo llevó a explorar la Universidad del Sagrado Corazón. Nada le llamó la atención. Nada… hasta que alguien mencionó el campo del Diseño Gráfico. “¿Eso tiene computadoras?”, preguntó. Y con ese pequeño sí, dio el primer paso hacia un campo que no sabía que cambiaría su vida.
Durante su primer semestre, se sintió perdido entre estudiantes que ya sabían lo que hacían, dominaban las destrezas. Ellos hablaban de Photoshop, Illustrator y técnicas de dibujo con una soltura que él no compartía. “Hola, soy Moisés, gracias”, fue todo lo que atinó a decir cuando llegó su turno de presentarse. Era el único sin experiencia previa. Pero entonces, ocurrió algo. Una clase de dibujo básico. Un bodegón con una bota y una hoja plástica. Moisés dibujaba, dudando de cada trazo. La profesora se acercó por detrás y le dijo: “Moisés, eso se ve bien”. Él pensó que lo decía solo para no hacerlo sentir mal. Pero cuando se echó hacia atrás y miró el dibujo, algo cambió.
“¡Oye, eso se parece!”, pensó. Y ese momento fue como si el universo entero le hablara. “Esto es lo que tú haces”, le gritó una voz interna. Ahí entendió su propósito. No hubo vuelta atrás.

Desde entonces, se lanzó de lleno al arte. Se pasaba horas en el museo, dibujando esculturas, visitando exhibiciones, absorbiendo todo. Pero Sagrado no ofrecía suficiente enfoque en arte plástico. Su nueva puerta fue la Escuela de Artes Plásticas, donde continuó formándose.
Curiosamente, aunque nunca pensó en enseñar, años después una mujer le ofreció una tarjeta: “¿Te gustaría dar clases en mi estudio?” Él la guardó sin pensarlo, negado a la idea. Tal vez por ese viejo prejuicio: “Estudia para maestro, por si el arte no te da de comer”. Esa frase siempre le caló en su memoria. Porque él sabía que el arte tiene infinitas vertientes. No hay una sola forma de vivirlo.
Moisés no solo encontró su voz en el arte. También descubrió lo importante que es tener un propósito. Lo transmite a sus estudiantes. Les dice que no importa si empiezas tarde, como él.
“Lo que importa es la pasión con la que lo haces”


Cada pintura, para él, es una mini obra maestra, un paso hacia la próxima. Y cuando le preguntan cuál es su favorita, no puede escoger. “La última se tardó 48 años en hacerse”, dice, porque cada trazo está basado en toda una vida de experiencias.




No busca fama. Busca resonancia. Que alguien vea su obra y diga: ese es de un Fragela. Que sientan su lenguaje visual, su perspectiva única. Que entiendan que el arte no es solo técnica, es una forma de vivir, de resistir, de encontrarse.
Y a quienes están comenzando, les lanza un consejo claro:

