22 de abril y ya a las 11:00 am, el vuelo CM397 había llegado a tiempo a su destino: Medellín. Pensaba que estaba listo para esta aventura, pero era mucho más lo que me esperaba. Por seguridad, decidí transportarme dentro de la ciudad a través de “Uber”, así que coordine el “ride” para el Hotel Click Clack, que se convertiría en mi casa por tres días y dos noches.
A mitad de los 30 minutos de viaje hicimos entrada al Túnel de Oriente. Este pasadizo es uno de los más largos de América Latina. Conecta el Valle de Aburrá con el Valle San Nicolás. Las infinitas salidas de emergencias y luces amarillentas hacían interminables los 8,2km de aquel corredor. Lo que no sabía era que no estaría listo para lo que vería al terminar de ese túnel.
Una vista como la de un Cóndor Andino desde lo alto. No era un túnel, era un portal, que me trasportó a un paraíso donde las montañas desde sus picos a sus faldas estaban forradas de un color entre barro y verde por miles de casas y árboles. Un sereno que opacaba, pero hacia perfecta la armonización del paisaje. Edificios altos construidos con adobe que convivían entra los subes y bajas de la topografía montañosa del lugar.
Según me acercaba al centro, podía ver el cómo la moderna infraestructura convivía en armonía con árboles y plantas. El lugar tenía buena planificación urbana y eso le daba un toque aún más mágico. Esto permitía que el lugar se mantuviera fresco, con temperaturas que rondaban los 60-68 grados.
Llegamos al hotel y de primera impresión me dejó sin palabras, la temática era tan refrescante, moderna, urbana, todo era parte de una experiencia sensorial. Dejé mis pertenencias y me dirigí a mi primer destino, la Comuna 13.
Por años la Comuna 13 fue un barrio gobernado por la violencia, el narcotráfico y la muerte. Pablo Escobar vio en la Comuna el lugar perfecto para reclutar sus sicarios. La inaccesibilidad a trabajos dignos obligó a jóvenes ser parte de estas sucias y sacrificadas fechorías. Ellos veían en estas ofertas de trabajo la única forma de subir en los escalafones sociales del país.
En el 2002 comenzó una transformación del lugar. El arte urbano se apoderó del paraje. La música, los bailes, y artesanos reinaban en cada rincón de la comuna. Además, el gobierno instalo seis modernas escaleras eléctricas que facilitaron la movilización de los lugareños y turistas. La Comuna pasó de ser uno de los barrios más peligrosos del mundo a un atractivo por excelencia de la ciudad de Medellín.
Al llegar se sentía el aire cultural en el ambiente. Había un puesto de patacones en una de las esquinas y de raspados en la otra. El artesano con su larga barba y desgastadas manos, sentado trabajando en sus creaciones en mármol.
Al fondo se escuchaba un joven improvisando con un radio y un micrófono. Niños buscando limosnas a través de sus exóticos y alegres movimientos. Mucho arte urbano que revivía historias. Se respiraba alegría, pero sobre todo se respiraba Colombia.
En lo alto de la Comuna, miro hacia arriba y siento cómo de mi espalda manan dos alas y de mi cara un pico. Sentía como el aire paisano delicadamente acariciaba mi rostro. Otra vez me convertía en un Cóndor andino, que desde lo alto de este mundo lleno de colores vivos, murales, olor a empanada y música callejera se sentía pequeño por las nuevas sensaciones que allí afloraban…
Al día siguiente tomé un autobús, y durante dos horas estuve dando tumbos entre los paisajes antioqueños. A medida que salía del Valle de Aburrá, la vista cada vez se enverdecía más. Miles y miles de hectáreas sembradas de tomate. El intenso color de la azulada agua que llenaba la represa de Guatapé. La carreta llena de plátanos y el caballo que la arrastraba. La guía turística recitando con orgullo las historias de los lugares por donde íbamos pasábamos. Las dos horas se convirtieron en 30 minutos, cada vez había algo nuevo para ver.
Sin darme cuenta ya estaba en el destino final, el Peñol de Guatapé. De frente había una imponente piedra de 235 metros de altura. En el centro tenía una culebra de 740 escalones. Me sumergí en las entrañas de aquel enorme animal y comencé el acenso al punto más alto del Peñol.
Me faltaba el aire, pero ya no era por la intensa actividad física de los escalones. Era por lo que se observaba desde lo alto de aquella piedra. La represa de Guatapé se convertía en un inmenso mar que acaparaba los pequeños mogotes que se formaban a su alrededor. Podía ver cara a cara las nubes que a lo lejos pasaban a la misma altura en la que estaba.
Sentía esa sensación nuevamente, una metamorfosis andina que se apoderaba del cuerpo, la transformación ya era imperativa ante la altura y majestuosidad de los paisajes colombianos. Veía como se cumplía el sueño de este joven de encarnar un ave, que rosara las nubes con sus alas y poder ver la inmensidad de este mundo.
Me encantó, sobretodo el comentario de la falta de oportunidades que impulsaba a los jóvenes a conseguir un trabajo en las fechorías. Que maravillosa transformación. La narrativa amena y fluida, me imaginé al autor transformado en cóndor y me imaginé a mi también.
Excelente trabajo muy buen reportaje. Te felicito, esperó que continúes realizando nuevas aventuras y viajes. Éxito 🙌🙌🙌