El dolor que termina en llaga: la historia de José

Por: Krystal Soto (krystal.soto2@upr.edu)

A pesar de que su papá los abandonó cuando tenía 8 años y quedó solamente con su mamá, hermana y hermano, José Rivas asegura haber tenido una infancia sana. Es un hombre moreno de ojos claros, ojos que aún brillan de esperanza por encontrar un nuevo comienzo a pesar de encontrarse enfermo y en el hueso. Tiene el cabello negro y una barba gris. En sus piernas y brazos una piel curtida por el sol y agujereada por estar puyándose con jeringuillas. Vaga por las calles de Arecibo desde hace solo un año, dice, cosa que es difícil creer. Pero a diferencia de los demás, José asegura querer salir del vicio de la heroína. Dice que contar con el gobierno es creer en promesas que nunca se cumplen. Su cuerpo está desgastado, pero sus recuerdos parecen más claros que el agua.

Sentados en la acera, debajo de un arbusto en el estacionamiento de una farmacéutica, José conversa conmigo y bien recuerda como a sus 16 años se enamoró de Reina y compartieron una aventura amorosa de verano, en la que engendraron a su única hija, Leila. Recuerda el nacimiento de su hija con emoción, aunque su felicidad se vio interrumpida cuando un suceso provocó que Reina abandonara el país y se fuera con Leila con tan solo dos meses de nacida. Mientras, José continuó con su vida acá en Puerto Rico. Cada vez que podía, viajaba y visitaba a su hija en Chicago.

Dice que es el jamón del sandwich, el hijo del medio, y que solía ser el nene de mami. Relata que su mamá, ya fallecida por un cáncer, para él lo era todo. Rememora anécdotas de cómo les cocinaba, les regañaba y cuidaba a él y sus hermanos. Ella les enseñó a hacer los quehaceres del hogar y José dice aún tener presente el recuerdo de cómo esperaba ansiosamente su comida luego de llegar de la escuela. 

Años más tarde, conoció a Laura, una mujer de la que quedó locamente enamorado. Se casaron y José adoptó a sus dos hijos, Luis de 1 año y medio y Sebastián, de 3. «Los amé como si fueran sus hijos de sangre.» 

Luego las cosas se pusieron malas en Puerto Rico, así que viajaron a Florida donde a José le ofrecen trabajo como contratista. Aún provee para su hogar y su familia, o por lo menos es lo que él cree, hasta que un día su esposa Laura le da la noticia de que se va a divorciar después de quince años de matrimonio. “Algo en mí se apagó”. Así recuerda José la noticia que le devastó. 

Después del divorcio, Laura se fue de la casa, pero José se quedó en Florida trabajando unos proyectos de construcción. Sin embargo, luego de un año se trasladó nuevamente a Puerto Rico, ya que no le estaba yendo bien. Al llegar, otra vez vuelve a vivir con su madre y a ella, en un chequeo rutinario, le encuentran un tumor canceroso que se le había activado nuevamente. Esta vez ya no había remedios; ya era muy tarde; el cáncer se había convertido en metástasis. “El doctor me la desahució”. 

Este suceso desencadenó una depresión en su vida, en el cual su refugio fueron y continúan siendo las drogas. El fallecimiento de su madre provocó que comenzara a consumir sustancias cada vez más seguido, hasta que un día la adicción le ganó y lo perdió todo. “Ya no tenía nada; no tenía familia, una casa, una cama, ni por qué luchar”. 

José con calzado nuevo donado por la autora.

Un año después, terminó en la calle. Vaga por las calles de Arecibo durante el día y duerme en cualquier sitio junto el calor intenso o ahora en época navideña, el frío de la noche.

José dice que su hermano mayor no lo busca y su hermana vive fuera de Puerto Rico, al igual que su hija. Le pregunto por su hija y me responde que es una mujer hermosa de veinticinco años, pero que hace tiempo no la ve. 

En cuanto a ayudas, le pregunto si el sistema o el gobierno ha tomado acción y le ha asistido de alguna manera. Responde que no. Él reconoce que necesita ayuda y quiere salir de la adicción. «Siempre me dicen que me van a buscar y ayudar, pero la ayuda nunca llega. No quiero vivir más en la calle. No sabes cuánto daría por prender el aire y acostarme a dormir tranquilo. Estoy cansado; quiero descansar.”

Siento tristeza porque la historia de José es también la historia de tantos y tantas otras. Antes de marcharme, José me regala un consejo que no creo olvide jamás. 

“No utilicen drogas nunca, esto es algo bien doloroso, no se lo deseo a nadie. Pasas hambre, frío y desprecio y siempre estás solo. Mi deseo es que nos amemos más y dejemos de despreciar a los demás. Nos hace falta más amor. 

*Los nombres de los personajes son ficticios, para proteger su identidad. 

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Author: Colaborador/a de Tinta Digital

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