Los hogares de ancianos representan una gran polémica en la sociedad puertorriqueña. Algunos critican a quienes dejan a sus familiares allí, mientras que otros pueden dar su brazo a torcer.
Janette es una ama de casa que después de muchos años se topa con un nuevo rumbo laboral como asistente para personas de edad avanzada. Una carrera totalmente diferente a lo que había estudiado. Aunque se destacó como cosmetóloga y barbera en años anteriores, jamás se ha encajonado en una sola profesión.En el año 2021, decidió que era tiempo de trabajar fuera. De esa forma, unas clientas a quienes recortaba, le ofrecieron un empleo para que fuera asistente de su mamá, quien vive en un asilo.
La mujer aceptó la oferta y conoció a Ana, una señora de 96 años de quien estaría a cargo. Sus responsabilidades eran cuidar de ella, ayudarla y brindarle compañía. A pesar de esto, hacía un poco más de lo que le pedían. También organizaba y limpiaba todas las pertenencias de doña Ana, e incluso le lavaba su ropa.
Desde hace aproximadamente nueve años, Ana llegó a un asilo ubicado en Manatí por voluntad propia. Ese lugar, donde reinan los colores claros, no tiene muchas decoraciones y está dividido en dos plantas. Los dormitorios van de acuerdo al presupuesto de cada persona. Hay cuartos compartidos o exclusivos para una sola persona; algunos cuentan con aire acondicionado y otros con abanicos. Al estar cerca de la costa, los pasillos son extremadamente calurosos y los mosquitos de playa se han apoderado del espacio. Si se prefiere estar al aire libre, afuera hay una terraza donde los “caminantes” salen a compartir un rato.
Antes de llegar allí, doña Ana era una persona totalmente lúcida a pesar de su avanzada edad, pero reconocía que eventualmente necesitaría ayuda. Con el paso del tiempo, la demencia tocó a su puerta y con la llegada del Covid-19, todo cambió para siempre en términos de la administración del hogar.
Aun así, su personalidad permanecía intacta, no había perdido su esencia. Tenía una piel canela que resaltaba su brillante cabellera blanca y su carácter firme la diferenciaba de todos los demás envejecientes.
Un día al visitarla, sus hijas notaron falta de personal en el establecimiento, por consiguiente, sintieron que las necesidades de su madre no estaban siendo cubiertas totalmente.
La primera opción era mudarla, pero desde hace casi una década esta llevaba siendo su casa. Entonces, ya que por la pandemia las visitas eran restringidas, optaron por contratar una empleada privada que estuviese ocho horas diarias exclusivamente con ella. Así llegó Janette.
Al recibir la noticia, Ana estaba muy feliz debido a que por fin tendría compañía.
Los días de Janette comenzaban en el registro, luego pasaba al área de desinfección y entonces iba directo a la fría habitación de doña Ana. Al entrar, saludaba con un alegre “Buenos días” seguido de un cálido “¿Cómo estás?”. Luego, Ana levantaba levemente su mirada y la dirigía a Janette, mientras en voz alta y con emoción le respondía “¡Mi angelito llegó!”.
Posteriormente, ayudaba a las empleadas a bañarla antes de bajar a desayunar. En el área del comedor, se sentaban juntos los envejecientes que caminan y se alimentan por sí solos. El resto del día, lo pasaban en la terraza entre conversaciones y simple convivencia en lo que esperaban la hora del almuerzo. Pero cuando llegaba la hora de irse, con un tono triste, Ana le decía a Janette: “No te me vayas”.
Durante el año que ella estuvo trabajando con Ana, había aproximadamente 23 envejecientes en el hogar. Contaban con tres empleados encargados del cuidado personal, un cocinero y un conserje para los días laborales.
“En ocasiones, cuando estaba limpiando el cuarto de Ana, conseguí pastillas tiradas y no sabía a quién pertenecían. Incluso varias veces al llegar por la mañana llegué a encontrar la ponchera de Ana sucia”
Expresó Janette, la cuidadora de Ana.
Según la Oficina de Censo de los Estados Unidos, para el año 2019, la cantidad de personas de 60 años o más en la isla aumentó a una cifra de 886,786 cuando la estadística anterior registró 760,075. Estos números, seguirán en asenso debido a la drástica disminución en los índices de natalidad en Puerto Rico.
Allí, Janette conoció a muchas personas con historias únicas. Entre ellos, había un señor llamado Pedro, el cual fue miembro de la misma iglesia a la cual ella asistía. Era un don alto de carácter fuerte. Al enviudar, cuidó por muchísimos años a su hija con Síndrome de Down, pero recientemente fue diagnosticado con Alzheimer.
“Un día (el señor) me dice: «Hermanita, tengo mi maleta lista porque me tengo que ir a cuidar a mi hija. Para mi eso fue un golpe muy fuerte, pensar en cómo era antes y ver cómo estaba”».
Debido a su condición, la coordinación de Pedro comenzó a fallar. Un día mientras Janette hacía su rutina diaria, notó que el anciano llevaba aproximadamente una hora en el baño. Rápidamente acudió a los empleados del hogar quienes al abrir la puerta hallaron a don Pedro en el piso rodeado de sangre y con un enorme chichón en la frente. Poco tiempo después falleció por Alzheimer.
Tres empleados no dan abasto para cuidar a 23 envejecientes. Tal vez por eso mi abuela siempre decía: “Prefiero que me tiren por el Hoyo del Pintor antes de que me lleven a un centro de envejecientes”. Su temor era tan grande que prefería que la dejaran en un precipicio del Barrio Cortés en Manatí, de donde era oriunda.
Un año después, Ana murió debido a problemas del corazón. Sus últimos días, sin embargo, los pasó feliz junto a su cuidadora. Tras su fallecimiento, Janette ya no tiene que visitar ese asilo, pero aún continúa ayudando y acompañando a otros envejecientes. Son estas compañías las que en ocasiones ayudan a alargar la vida y el bienestar de las personas de tercera edad, muchas de las cuales sufren de abandono, negligencia y pobres cuidados, que amenazan su dignidad.