Un nudo de emociones

Eran las 8:00 de la mañana y un sonido irritante me hace saltar de la cama. Levantarme fue todo un problema, esa noche fue larga y abrumadora. Ser atleta y estudiante no es para nada fácil. Cada día es una travesía, todo un reto, y este día no era la excepción. Me levanté y terminé de hacer mi bulto para el partido. Antes de salir de casa, verifico varias veces el bulto y que estén todas las cosas.

Me tocaba recoger a mi hermana en San Juan después del partido para que pasara el fin de semana en Utuado y el conducir para el área metropolitana me generaba un nudo enorme de ansiedad. A eso sumarle el hecho que el partido era en Caguas y no tenía ni idea a dónde me dirigía.

 Al llegar a la universidad escucho: “Tal chica no vendrá al partido”, “tal otra tampoco”, “está enferma, tiene COVID”, entre otros comentarios. Mi mente en crisis y ese nudo de emociones se hacía más grande, pues era nuestra última oportunidad para entrar a la postemporada.  Pero nada “somos las que somos y estamos las que estamos”, pensé.

Se hacía la hora de salir y cada vez me ponía mas ansiosa por el viaje. Pedí la ubicación del lugar y no me la enviaron; me sentiría más segura si verificaba más o menos la ruta antes de partir. Solo pensé en no perderme y llegar bien al campo de fútbol y sumarle a eso la ansiedad de querer ganar el partido, hizo crecer aún más ese nudo de emociones.

El camino fue largo y lleno de anormales zigzagueando de carril en carril. Ya cerca de Caguas, iba detrás de una de las guaguas de la universidad, cuando de repente un carro se interpone entre ellos y yo. Todavía los veía, así que estaba muy pendiente, pero de momento ya eran tres autos entre nosotros.

Y pufff, de repente ya no estaban. Se esfumaron con el viento.

En ese momento, el nudo creció significativamente. Se me empezó a acelerar el corazón y no negaré que por poco se me salen las lágrimas. Rápidamente busque la localización y me ubicó en mil lugares distintos menos en donde era y ya eran las 2:00 de la tarde. Estaba el aire acondicionado encendido en lo máximo, pero sentía que ya había jugado un partido en el desierto. Vueltas, llamadas, girar a la derecha, tomar la salida no sé cuantos metros después, mil vueltas, hasta que llegué.

En fin, ya era hora de entrar en juego y poner todas nuestras energías y pensamientos en él. Respiro hondo y olvido el estrés del viaje. Ese era nuestro día, o lo tomábamos o lo dejábamos: era nuestra última oportunidad.

Los juegos anteriores me habían dejado toda adolorida y estaba que no podía con mi vida. Llevaba dándolo todo desde los primeros partidos: mis rodillas no aguantaban y tenía un músculo que me halaba desde el muslo hasta la cadera cada vez que pateaba.

En fin, era hora de olvidarnos de esos dolores y darlo todo. Ese día se notaban las ganas, tuvimos que esperar al último juego para darlo todo. Punzadas en el costado, entre las costillas, de esas que te quitan el aire. El corazón a mil, desesperación, angustia, asfixia y dolor de los juegos anteriores. Toda mi vida sacrificando muchísimo por esto. El malestar en mis pies, me ardían desde los cayos hasta la cabeza. El ardor en las piernas, el dolor en mis rodillas.

La primera mitad se acabó en cero y la desesperación era grandísima, era nuestra última oportunidad, saben que el nudo de emociones iba en aumento. Empieza la segunda mitad y entramos en juego con otra mentalidad, había que meter el balón. Recibo el balón y veo a mi compañera al otro costado correr, le puse el pase filtrado y ya presentía que sería gol.  Fue mucha la emoción, pero aun así debíamos asegurar la victoria, así que no era suficiente.

Minutos después me lanzan un balón y tuve que correr casi como para salvar mi vida. Detengo la carrera del balón, espero, centro a mi compañera y gol. El nudo se iba desarmando poco a poco, para eso habíamos sacrificado muchas horas de entrenamiento, estudio, trabajo y hasta nuestra vida social. Luego de eso vino el tercer gol por un tiro de esquina y ya ni lo creía. Fue una gran emoción, aunque hubo muchas compañeras que no estaban en su 100%, algunas estaban enfermas y otras lesionadas y sin poder jugar.

Teníamos que terminar el juego de la mejor manera, estábamos exhaustas y más con esa cancha artificial que nos quema los pies y nos quita el aire. Entre cansancios y algunos errores una chica del equipo contrario, se nos escapó con el balón provocando un gol. No negaré que ese nudo, con su revolú de emociones, se estremeció dentro de mí. Todavía quedaba tiempo para una remontada. Los últimos minutos fueron los peores, ya con el cansancio y adoloridas.

Al árbitro levantar el silbato y pitar esa última jugada, fue un gran alivio. Ya estaba por desaparecer ese gran nudo de emociones, o mejor dicho transformado a sentimientos positivos. Ver a mis compañeras llenas de felicidad. Ya con esa victoria me sentía bien, aunque entramos a la postemporada, sabía que estaría difícil con tantas compañeras lesionadas y enfermas. Aun así, me daba esperanzas de que para el próximo año estaríamos vivas y con más ánimo.

Al salir del partido llamo a mi hermana para ir a buscarla, y ¿saben qué? Me comunicó que no bajaría ese fin de semana. Pero nada, no era su culpa, tenía sus razones. Esta vez me aseguré el no despegarme de la guagua de las chicas para no perderme. Muchas personas trataron de interponerse entre ellas y yo, pero no. O aprendo a guiar o no sé qué haré, porque para que sepan soy una jibara que quizás sabe de curvas y cuestas, aunque a veces ni eso, pero no se cambiarme de carril en la autopista. En fin, después de tanto cloche y tapones, al llegar a casa solo me esperaba mi computadora y mil trabajos de la universidad que realizar.

Adriana Montero
Author: Adriana Montero

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