
Por: Christian Michael Serrano Irizarry (christian.serrano8@upr.edu)
San Sebastián, Puerto Rico: Tras décadas dedicadas a la agricultura, Ángel Soto vio su mundo desmoronarse cuando el huracán María azotó la isla en 2017. Las pérdidas económicas en su finca fueron devastadoras, y por un tiempo, pensó que todo había terminado. Pero un simple pedazo de madera le devolvió la esperanza.

Movido por la curiosidad, decidió tallar una grúa de caña, un elemento que recordaba de su infancia. Lo que comenzó como un ejercicio de nostalgia se transformó en descubrimiento: había talento en sus manos. Así nació su pasión por la artesanía, una vocación que él describe como “su primer amor”.

Poco a poco, Ángel reconvirtió su finca para cultivar caoba, la madera principal que utiliza en sus obras. En sus primeros años como artesano, recorría actividades y ferias en Aguadilla y Mayagüez con una simple mesa donde exhibía sus piezas. Fue en el Centro Agropecuario de San Sebastián, un lugar que visitaba con frecuencia, donde vio la oportunidad de establecerse de manera permanente.

En febrero de este mismo año, a sus 74 años, tras completar el proceso de permisos municipales, logró abrir su puesto fijo, el número 149 (cada puesto se identifica con un número). Desde allí, vende sus creaciones con precios que van desde los cinco hasta los sesenta dólares.
Sin embargo, no todo ha sido fácil. Aunque paga una tarifa reducida de 40 dólares mensuales por ser artesano, reconoce que apenas logra cubrir ese gasto. “El centro solo abre los viernes, y se paga 10 dólares por día. A veces, no se vende nada”, comenta con resignación.

Para Ángel, tallar madera es más que un sustento: es una forma de resistir, de transformar la pérdida en arte, y de seguir cultivando sueños, esta vez, con las manos y el corazón.


